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Dilexit Ecclesiam, et tradidit semetipsum pro ea (Ephes. 5.), así las heridas y las ignominias, que sufre en su cuerpo místico, le causan mas dolor que las que recibió en su cuerpo real; así es que habiendo sufrido estas con una paciencia inalterable, tomará un dia de aquellas una venganza terrible.

Cesemos pues, amados hermanos, de tratar como á un dios de madera, como á un rey de burlas, al Dios de majestad y de gloria, al Rey inmortal de los siglos. No seamos tan temerarios ni tan insensatos que provoquemos contra nosotros la indignacion y la justicia de un Soberano, cuyo poder no se limita á la vida ni al tiempo, sino que se extiende mas allá de la muerte y por toda la eternidad.

Despojémonos de nuestros malos hábitos de sacrilegio y de insulto á la majestad de Dios. Unámonos á las verdaderas hijas de Sion, á las almas religiosas y fieles. Egredimini, filiæ Sion. Y en el Dios que adoramos en la Eucaristía, contemplemos con frecuencia al Dios coronado de espinas por los judíos y lleno de oprobios por nuestro amor. Et videle regem Salomonem in diademate, quo coronavit illum mater sua. Meditémosle en este estado con una fe viva, adorémosle con una piedad sincera, honrémosle con una bumildad profunda, alabémosle con una devocion afectuosa y amémosle con el amor mas ferviente. Convirtámonos sinceramente á El, á fin de que, uniéndonos á El por su gracia, el dia de nuestra conversion sea verdaderamente el dia de las delicias de su corazon, supuesto que será tambien el de nuestros desposorios espirituales con El y el de nuestra salvacion eterna. In die desponsationis illius, in die lætitiæ cordis ejus. Así sea.

CONFERENCIA VIGÉSIMATERCERA.

Las insignias de la dignidad real de Jesucristo.

Rex pacificus magnificatus est super omnes reges terræ: cujus vullum desiderat unigersa terra.

El Rey pacífico excedió á todos los reyes del mundo en opulencia y en sabiduría; y toda la tierra desea ver su rostro.

(In Vesp. Nativ. ex ш, Reg. 10.)

El reino de Jesucristo no es político sino religioso; no es terreno sino celestial; no es humano sino divino; no es temporal sino eterno. El reino de Jesucristo es su fe, su Iglesia, su Religion. Engañarse, como los judíos, acerca del carácter y la naturaleza de su reino, es lo mismo que engañarse acerca de la verdadera Religion, acerca de la verdadera Iglesia; es perder la verdadera fe, es perder el verdadero camino de la salvacion eterna.

Pues bien como era de la mayor importancia para nosotros que el Salvador del mundo nos diese una idea clara y precisa de su reino en la tierra, lo hizo, no solo con sus palabras, sino tambien con sus obras. Porque no contento con haber declarado solemnemente que su reino espiritual, establecido en el mundo, se diferencia de los otros reinos en sus principios, en sus medios, en su fin y en sus recompesas: Regnum meum non est de hoc mundo; consintió tambien en tener, como lo vimos ayer, espinas por corona,

un andrajo de púrpura por manto real, una vil caña por cetro y las burlas por homenaje; de este modo nos hizo conocer de una manera sensible, nos hizo ver con nuestros propios ojos el verdadero carácter de su dignidad real. El desplegó, en una palabra, toda la magnificencia de su reino, tanto mas pacífico, dulce, humilde, pobre y miserable en apariencia, cuanto en realidad excede al de los reyes de la tierra; y cuando fue atormentado y escarnecido por los judíos de la manera mas ignominiosa y mas cruel, se mostró un monarca brillante y magnífico, objeto de los deseos y de las esperanzas del universo. Rex pacificus magnificatus est super omnes reges terræ; cujus vultum desiderat uni

versa terra.

Bajo este punto de vista, nuevo é importante, debemos considerar hoy el inefable misterio de la coronacion de espinas de nuestro Salvador; misterio de magnificencia y y de gloria para El; misterio de expiacion y de salvacion para nosotros.

Nosotros veremos en El como en tanto que los satélites de la injusticia y de la tiranía insultan, profanan y ponen en ridículo la dignidad real de Jesucristo, no hacen otra cosa que establecerla, consignarla y dárnosla á conocer en toda su grandeza y su magnificencia. Rex pacificus magnificatus est super omnes reges terræ. Esta consideracion tendrá por objeto decidirnos á tributar el homenaje de nuestra fidelidad y de nuestro amor al piadoso monarca que arrebata todos los corazones. Cujus vultum desiderat uni

versa terra.

PRIMERA PARTE.

Si la horrible aglomeracion de tormentos y de ultrajes que Jesus sufrió en su coronacion de espinas hubiera recaido sobre el mas inicuo y el mas vil de los hombres, no podria, sin embargo, leerse el relato que de ellos hacen los Evangelistas sin estremecerse de horror y sin moverse á compasion. ¿Qué será, pues, si se reflexiona que el que fue tratado de ese modo tan bárbaro era el inocente y adorable Hijo de Dios? ¿Es seguramente un gran espectáculo el de ver al Hijo de Dios, objeto de las complacencias eternas de su Padre celestial, de las adoraciones de los ángeles y de las esperanzas del universo, sentado ahora sobre una innoble piedra, todo cubierto de heridas y vertiendo sangre? Contempladle! Su frente está ceñida con una horrorosa guirnalda de espinas agudas que traspasan por todas partes su cabeza; un andrajo insultante de vieja púrpura cubre apénas sus espaldas; una caña ignominiosa, símbolo de la flaqueza, deshonra sus manos; se halla rodeado de una turba de soldados y de arqueros que, con todo el furor que les inspira su ferocidad infernal, le dan los mas terribles golpes; clavan cada vez mas las espinas en su cabeza, hieren sus mejillas adorables con crueles bofetadas, manchan su rostro con salivas, y se acercan despues unos tras otros á ofrecerle de rodillas el tributo de sus adoraciones burlescas; despues, con mil impuros sarcasmos, se mofan de Él saludándole como Rey! ¡Oh envilecimiento, oh degradacion de la majestad de Dios! Ah! es demasiado cierto, dice el Antioqueno, que las iniquidades que cometieron contra el Hombre-Dios en estas circunstancias llegaron á su colmo; que Él sufrió las ignominias mas atroces que

pueden imaginarse; que bebió hasta la última gota del terrible cáliz del ultraje y del desprecio, mil veces mas amargo que el cáliz del dolor (4). Entonces se cumplió á la letra el oráculo del rey Profeta: Que el Mesías seria cubierto de oprobios; que seria tratado como la afrenta de la humanidad, como el deshecho del mundo, que le abrumarian con ultrajes y con insultos tales como jamás se hicieron á ningun hombre, ni aun á ningun gusano de la tierra (2).

Mas no nos detengamos en las apariencias; no miremos con los ojos carnales de los judíos las atroces ignominias del Salvador del mundo: considerémoslas con los ojos del espíritu, y léjos de escandalizarnos, sentiremos crecer y fortificarse nuestra fe á vista de este espectáculo. En efecto, observemos en primer lugar, dice san Leon, que ni la crueldad de los hombres, ni el furor de los demonios hubieran podido cometer esos atentados contra la augusta persona del Hijo de Dios, si Él no lo hubiera permitido; y que si Jesucristo sufrió tan horroroso cúmulo de ignominias y de dolores fue porque expresamente lo quiso así (3). Observemos tambien, añade san Jerónimo, que del mismo modo que Caifás, aunque pontífice impio, profetizó la muerte de Jesus sin saber lo que decia, así tambien los soldados del pretorio le llenan ahora de oprobios y de dolores sin saber lo que hacen ; y mientras que ellos creen saciar su sacrílego furor, ejecutan ciegamente los designios admirables de Dios, y nos preparan á nosotros, los cristianos, el cumplimiento

(1), Quæ Christo per summam contumeliam illata sunt, ad summum contumeliarum omnium fastigium pervenerunt. (In Marc.)

(2) Ego autem sum vermis et non homo: opprobrium hominum et abjectio plebis. (Ps. 21.).

(3), Quidquid Domino illusionis et contumelia, quidquid vexationis, et pœnæ intulit furor impiorum, totum est de voluntate susceptum. (Serm. III de Pass.)

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