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que el divino Labrador tenia derecho á esperar de ella, solo le ha dado una cosecha de espinas (1)!

Pero, ay! Jesucristo es tratado hoy de la misma manera por una gran multitud de cristianos; de modo que pudiera quejarse tambien de que nosotros le herimos y le traspasamos. ¿Y qué otra cosa sino espinas agudas presentan á este Dios Salvador los incrédulos presuntuosos que en el seno mismo del Cristianismo, elevándose y perdiéndose en las nubes de sistemas vergonzosos, sacrifican la fe cristiana á los delirios de una filosofía absurda y extravagante? ¿No son tambien espinas lo que le ofrecen los herejes orgullosos, que vagando de secta en secta, de extravío en extravío, prefieren sus opiniones á los dogmas, sus errores á la verdad, su razon individual á la razon general, y los abortos monstruosos de sus cerebros enfermos á la fe constante y uniforme de la verdadera Iglesia? ¿No son, finalmente, espinas lo que le prepara esa multitud de malos católicos, cuyo espíritu y cuyo corazon nadan en un flujo y reflujo continuo de pensamientos lascivos, de complacencias criminales, de afecciones voluptuosas, de sentimientos de odio, de deseos de venganza, de cálculos de ambicion, de ideas de vanidad, de proyectos de injusticia, de fraude y de opresion?

Ved aquí tambien otras espinas que le preparan los cristianos. El mismo Jesucristo dijo en la parábola del sembrador, que la palabra de Dios que cae entre las espinas es la que cae en el espíritu y en el corazon de los hombres entregados á los cuidados de las riquezas, de los honores y de los placeres de la vida, y que en ellos queda ahogada; esos corazones son tierras estériles que no producen fruto alguno para la vida eterna, y la prueba de esta verdad se

(1) Expectavit ut faceret uvas; fecit autem labruscas! (Is. 5.)

encuentra en los pecadores y en los hombres mundanos, si es que me están escuchando algunos. En efecto, la palabra de Dios, que anuncio en este momento, los deja frios é indiferentes, porque las espinas de los pensamientos viciosos y de los cuidados profanos han tomado en ellos tal incremento, que han formado en su corazon una selva horrorosa de malezas, que ahoga todos los piadosos sentimientos de la gracia, todas las semillas preciosas de la salvacion eterna. Tierras ingratas! Almas desventuradas, dice san Pablo, que despues de haber sido regadas abundantemente con la lluvia de las bendiciones celestiales, vuelven á caer en la antigua maldicion, de que las espinas del Salvador las habian librado (1).

á

Por otra parte, nuestro Redentor, sobre cuya cabeza han colocado nuestros pensamientos licenciosos una corona de espinas, está tambien cubierto con un vil andrajo.de púrpura ensangrentada. Y, en efecto, ¿en qué ha venido parar nuestra estola preciosa lavada en la sangre del Cordero y resplandeciente como una púrpura real, la estola de los méritos y de la gracia de Jesucristo y de las virtudes teologales con que fuimos revestidos en nuestro bautismo? Quicunque baptizati estis, Christum induilis. Ah! ¡apénas ha quedado un giron desgarrado por los vicios, ensangrentado por los odios, las injusticias y dos escándalos con que hemos causado la muerte de tantas almas inocentes! ¿¿Qué ha sido de nuestro cuerpo, santificado por Jesucristo, y en el que Jesucristo se digna ser representado, que recibió de El las vestiduras de la simplicidad, de la modestia, del pudor, de la edificacion y de esa mortificacion de Jesucristo, que deben edificar al prójimo? El manifiesta apénas alguna señal exterior de Cristianismo,

(1) Terra sæpe venientem super se bibens imbrem, proferens autem spinas, reproba est, et maledictio proxima. (Hebr. 6.)

débil recuerdo de su antiguo fervor; por lo demás, él está cubierto de lujo, de molicie, de púrpuras afeminadas, cuyo principio es la indecencia, cuyo objeto es la vanidad, cuya regla son las modas, y que solo son un escándalo á los ojos de los hombres y un manto de deshonor á los ojos de Dios; manto ignominioso, destinado á ser trasformado un día en vestidura de maldicion, que nos rodeará de llamas devoradoras y nos cubrirá eternamente de deformidad y de vergüenza (1).

En tercer lugar, se observan las leyes de los soberanos, se temen sus castigos y se agradecen sus recompensas. Diré mas con cuánta exactitud no se observan las costumbres, las conveniencias, los deberes, en una palabra, las leyes del mundo, ó lo que es lo mismo, del demonio, que es el padre de este siglo de corrupcion? Y, sin embargo, estas leyes son generalmente mas rigurosas que las del Evangelio. ¿Y cuántos gastos no hacen los hombres, á cuántos peligros no se exponen y á cuántos sacrificios no tienen que resignarse para merecer la aprobacion del mundo y librarse de su censura? Y bien, ¿no es esto reconocer en el demonio y en las potestades de la tierra una autoridad positiva y real, un cetro de oro ó de hierro? Mas en cuanto al Rey del cielo, ay! se violan sus leyes y sus preceptos, los cristianos se hacen sordos á su voz, desprecian sus invitaciones, no se mueven por sus ejemplos, son insensibles á sus gracias, no dan valor alguno á sus recompensas, profanan sus templos, menosprecian sus Sacramentos, se rien de sus juicios y de sus venganzas: Solo Jesucristo es tratado como un rey de quien no hay bien alguno que esperar, ni mal alguno que temer; como un Rey cuyas promesas son fabulosas y cuyas amenazas son

(1) Induet maledictionem sicut vestimentum. (Ps. 108.)

quiméricas, y que por lo mismo es tan impotente para castigar al que le ultraja como para recompensar al que le honra. ¿Y no es esto no reconocer en El mas que un poder vano y quimérico. ¿No es esto ponerle en la mano, en vez de cetro, una caña ridícula y deshonrosa?

Finalmente, el homenaje que los malos cristianos tributan á Jesucristo es semejante á las insignias dolorosas y humillantes con que le visten. Ay! si se exceptúa un pequeño número de almas piadosas y fieles, que, no contentas con cumplir exactamente las leyes del Evangelio, ofrecen cada dia, y aun muchas veces al dia, el tributo de sus adoraciones, de su culto y de sus oraciones al Dios del Evangelio, la inmensa mayoría de los cristianos de nuestros dias, no solo profanan las leyes de Jesucristo, sino que le niegan todo culto. ¿Y quién es el que, en el interior de su casa y entre su familia, dobla la rodilla para tributar al Dios, autor de nuestro sér, árbitro de nuestra vida, señor, juez y rey de nuestras almas, la adoracion que le es debida por derecho natural? Aun en los mismos templos, á los que generalmente se va obligado por la costumbre, por el bien parecer, por la curiosidad ó por los respetos humanos, hay muchos que solo le tributan alabanzas mercenarias, alabanzas vanas en las que el corazon no toma parte alguna, alabanzas que no están animadas por ningun sentimiento de religion ni de piedad. Otros muchos, cuando nuestro Dios y Señor está solemnemente expuesto en la Sagrada Eucaristía para recibir el homenaje de su pueblo, ó cuando se inmola por la gloria de Dios y por la salvacion de ellos en el tremendo sacrificio del altar, permanecen en pié en su presencia, con el espíritu distraido y el corazon disipado, sin hacerle ningun saludo, sin dirigirle ninguna súplica, buscando con sus miradas vagas los ídolos profanos, inclinándose apénas á la elevacion del

augusto Sacramento, é insultándole á su propia vista en el tiempo y en el lugar mismo que está destinado á adorarle!

Y bien, ¿no es esto tributar á Dios un culto momentáneo, un culto de simple ceremonia y de pura apariencia : un culto hipócrita, irrisorio é ignominioso: un culto de adoracion fingida y de verdadero ultraje? No es esto, เ como decia gimiendo un Padre de la Iglesia, mirar los Misterios de Jesucristo como una representacion, honrarle como á un rey de burlas, y adorarle como á un dios de teatro? Deum scenam facitis. ¿No es esto renovar en su templo los insultos y las burlas que sufrió en el pretorio, insultos y burlas tanto mas humillantes para El, tanto mas sensibles para su corazon, cuanto que los judíos al menos no habian puesto en ridículo su dignidad real sino porque no creian en El, mientras que los cristianos católicos insultan y desprecian á Jesucristo en el tiempo mismo en el que se glorían de reconocerle por su Rey y de creer en El como en su Dios?

No digais que vuestras espinas y vuestros ultrajes no pueden ya ofender al cuerpo sagrado de Jesucristo, porque reina feliz y lleno de gloria en los cielos. In quo configimus te? Porque si Jesucristo no puede ya sufrir en su persona, no es menos insultado á los ojos de los incrédulos У de los infieles, como dice Salvieno, por los ultrajes públicos que recibe de los cristianos, no es menos despreciado, segun ellos, en su nombre, en su Religion y en su ley. Si El no sufre ya en su cuerpo real, sufre en su cuerpo místico, es decir en su Iglesia, que queda envilecida y deshonrada á los ojos de los herejes por la conducta escandalosa de muchos católicos. Y así como el Señor amó á su Iglesia mas que á su carne, supuesto que entregó su carne á los golpes y á los oprobios por la salvacion de su Iglesia :

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