Oldalképek
PDF
ePub
[ocr errors]

Mas, oh cambio doloroso para Él, y tan feliz para nosotros! Las contusiones que El recibe nos curan; la sangre que derrama por nosotros nos purifica; el tratamiento bárbaro que sufre por nuestro amor nos reconcilia con Dios. (Is. 53.) Luego no fue precisamente para aplacar la rabia de los demonios, la ferocidad de los judíos y la brutalidad de los gentiles para lo que este cuerpo divino fue desgarrado y despedazado, sino, segun la declaracion del mismo Señor, para alcanzarnos la salvacion. Accipite: hoc est corpus meum quod pro vobis frangetur. Misterio horrible por parte de los hombres, que en el exceso de su barbarie fueron los instrumentos ciegos de él, exclama san Agustin; pero Misterio tambien de ternura por parte de Dios, que lo dispuso en el exceso de su misericordia! El que es la bondad misma es azotado por el criminal; el hombre culpable es el que ha merecido el castigo, y el inocente Jesus es el que lo ha sufrido. (Serm. CXIV de Temp. Medit., c. 7.)

Ay! añade san Cipriano, ¿qué hubiera sido de nosotros, desventurados humanos, sin estos tormentos del Hijo de Dios? Nuestras llagas eran tan inveteradas, estaban tan corrompidas y tan gangrenadas, que no podian ser curadas sino por el precioso bálsamo de la sangre que Jesucristo derramo de todas las heridas que cubrieron su cuerpo (1).

La carne de Jesucristo es pura y sin mancha; ella está sometida absolutamente al espíritu; ella está llena de las gracias del Espíritu Santo, de quien es obra; ella es santa y santificante, y por su union íntima y sustancial con el Verbo de Dios es igualmente divina. Verdadero y augusto santuario de la Divinidad en la tierra, merecia adoraciones y homenajes, y no azotes y castigos. (Ps. 131 et 90.)

(1) Vulneri tan putrido non inveniebatur medicamentum conveniens, nisi unguento sanguinis Cristi plaga vetus liniretur. (Serm. de Pass. Dom.)

Mas nuestra carne, por el contrario, es una carne de pecado; ella es impura, desordenada y rebelde al espíritu, como que está corrompida, es el orígen de toda corrupcion; así es que de ella nacen todas las obras que san Pablo llama obras carnales, y que por el cuidado desordenado que se pone en evitarle toda molestia, en proporcionarle todos los placeres, en adornarla, y en nutrirla en la voluptuosidad, en la molicie y en el lujo, es por lo que los hombres ultrajan á Dios con sus vicios y sus excesos sin número; por esta razon, dice el Profeta, todos los castigos y todas las desgracias deben ser el tributo de la carne del hombre pecador. Mulla flagella peccatoris. (Ps. 31.)

¿Y qué hizo el Redentor para expiar los innumerables desórdenes de que nuestra carne se habia hecho culpable, y para ofrecer á Dios la satisfaccion debida? El descendió voluntariamente á la condicion en que debíamos estar colocados nosotros; El consintió ser azotado por los ministros de Satanás, porque nosotros debíamos serlo eternamente por los demonios; El quiso que su carne inocente y pura pagase la deuda de nuestra carne manchada con los crímenes; y ved aquí por qué no debemos admirarnos, dice san Agustin, de que las heridas del Señor fuesen innumerables, porque los azotes que merecia la carne del hombre pecador eran tambien innumerables (1).

Despues de una tan grande expiacion, no necesitamos mas que aplicarnos su mérito por medio de una sincera penitencia. Con esto solo, con pequeñas expiaciones voluntarias, darémos á la Justicia divina la satisfaccion que le es debida por todos nuestros pecados sensuales. Ya no estamos sujetos á la flagelacion de Satanás; hay mas, y es que, como dice san Jerónimo, estamos ya libres de la ne

(1) Si multa flagella peccatoris, multa oportuit esse flagella Redemptoris. (Serm. CXIV de Temp.)

cesidad funesta en que nuestros desarreglos nos habian puesto, de sufrir en esta vida los azotes temporales, así como nos hemos librado tambien de los tormentos infernales que nos aguardaban en la otra vida por toda la eternidad (1).

Ved aquí, pues, cumplida esta consoladora profecía de David: Que el Mesías nos formaria un escudo de su cuerpo, y que fundaria la esperanza de nuestro socorro en las alas de su proteccion. (Ps. 99.) Ay! ¡Quién me concede→ rá ocultarme á la sombra de las carnes desgarradas de mi Salvador! ¡Allí estaré seguro contra los azotes divinos que mis culpas han merecido; protegido por esta sombra saludable, no desesperaré ya de mi reconciliacion ni de mi perdon, y viviré tranquilo como la pequeña avecilla bajo las alas de la ternura maternal! Oh cuerpo precioso! ¡oh cuerpo sagrado de mi Redentor, Vos sois verdaderamente inmolado por nuestra salvacion! Hoc est corpus meum quod pro vobis frangetur.

Mas todos los misterios de Jesucristo han sido, no solo una expiacion, sino tambien un remedio. Porque mientras que el Señor, dice san Leon, tomaba sobre sí las enfermedades y las heridas de nuestra carne, se disponia á curarlas comunicándonos la virtud y la santidad de la suya. (Serm. III. Pasq.) De este modo participamos, por el Misterio de los azotes, de la pureza de la carne inmaculada del Redentor, por cuanto El sufrió en esta dolorosa ejecucion las penas debidas á nuestra impureza; y porque su carne divina fue despedazada como si hubiera sido una carne de pecado, es por lo que nosotros hemos obtenido la gracia de poder domar la nuestra, reprimir sus inclinaciones sensuales, y convertida en una carne virginal, santa y divina.

(1) Hoc autem factum est, ut illo flagello nos à verberibus liberemur. (In Matth.)

Así, pues, el espíritu de pureza, de virginidad y de candor, que con gran admiracion de los voluptuosos gentiles, se hizo tan comun en todas edades, sexos y condiciones tan pronto como el Cristianismo se estableció entre ellos; este espíritu de castidad, repito, que reina aun en las naciones católicas es el fruto y la gracia de los azotes de Jesucristo.

Oh azotes! oh Misterio sublime! Misterio importante y divino! Jesucristo en su misericordia nos ha dejado un momento magnífico y durable de este misterio, no solo legándonos la columna á que fue amarrado para ser azotado, que se conserva todavía en la iglesia de santa Práxedes, en Roma, á donde fue trasladada desde Jerusalen, sino mucho mas aun, instituyendo el inefable Sacramento de la Eucaristía. En efecto, cuando en el dia de la institucion de este augusto Sacramento pronunció estas palabras: «Tomad y comed; este es mi cuerpo que será despedazado por vosotros. Esto que yo hago ahora, hacedlo vosotros en mi memoria Accipite et manducate : hoc est corpus meum quod pro vobis frangetur. Hoc facite in meam commemorationem», nos indicó claramente que la Eucaristía, monumento magnífico y precioso de la Pasion y muerte del Redentor, es un recuerdo especial y perpétuo de los crueles azotes que sufrió por nosotros. En este supuesto, cuando este augusto Sacramento está expuesto públicamente á nuestro amor y á nuestra adoracion, cuando lo ofrecemos á Dios en el sacrificio de la Misa y lo recibimos en la sagrada Comunion, debemos pensar continuamente que Jesucristo nos dice: Acordaos de que eso que adorais, eso que ofreceis, eso que comeis es mi cuerpo, el mismo que fue tan cruelmente desgarrado y despedazado por vosotros. Acerquémonos, pues, con frecuencia á este inefable misterio; adorémosle con un respeto humilde; recibámosle con un piadoso recono

cimiento y con un afecto tierno, como el recuerdo siempre. vivo de los azotes de nuestro Salvador, y adorémosle igualmente, como la prenda de la proteccion divina que nos defiende, de la esperanza que nos reanima, de la satisfaccion que nos reconcilia, de la gracia que nos purifica de la virtud que nos conforta y de la perseverancia que nos corona. Scapulis suis obumbravit tibi, et sub pennis ejus. speravis.

SEGUNDA PARTE.

Leemos en el libro de Job que cuando Dios, para probar la virtud y acrecentar el mérito de este santo hombre, permitió que Satanás le hiriera desde la planta de los piés hasta lo alto de la cabeza con una horrible llaga (Job. 2.), su propia mujer se volvió cruel con él, y sus mismos amigos se avergonzaron y huyeron de él como de un hombre rechazado y castigado por Dios á causa de sus iniquidades. Esta es, dice san Gregorio, una bella figura de Jesucristo, pues que, cruelmente azotado y cubierto de una sola llaga de los piés á la cabeza, fue despreciado por la Sinagoga, su antigua esposa, y abandonado por los mismos Apóstoles, sus íntimos amigos, como inspirando horror al cielo y á la tierra, á Dios y á los hombres.

Mas no tardó Dios mucho en revelar á los amigos de Job la santidad incomparable de este patriarca, y en hacerles conocer que no podian ser reconciliados con Dios sino por el mérito de las oraciones de este mismo hombre á quien habian manifestado tanto desprecio. No es esto decir que la oracion y el sacrificio de Job tuviesen por sí mismos el poder de reconciliar al hombre con Dios, sino que la ora

« ElőzőTovább »