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CONFERENCIA TRIGÉSIMA PRIMERA.

El abandono, la sed y la consumacion.

Cum dilexisset suos qui erant in mundo in finem dilexit eos.

Habiendo amado Jesus á los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. (Joan., 14.)

Cuando el Hijo de Dios, yendo por la última vez á Jerusalen, anunció á sus Apóstoles la muerte que esperaba en esta ciudad deicida, no designó de una manera clara quién habia de ser el que le diese muerte, sino que se limitó á decir: «El Hijo del hombre será entregado, para ser crucificado. Et filius hominis tradetur ut crucifigatur.» (Matth. 26.) Y por qué obró así el Redentor? Porque ni era una persona sola ni un solo motivo lo que debia conducirle á la cruz.

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En efecto, visiblemente y en el tribunal de los hombres, Jesus fue entregado á la muerte por Júdas, el Discípulo que le hizo traicion. (Matth. 26.) Él lo fue igualmente por el odio de los fariseos. (Ibid.) Él lo fue por el furor de toda la nacion y de los sacerdotes sus jefes. (Joan.) El lo fue,: finalmente por la debilidad, por la injusta y cobarde política de Pilatos. (Ibid. 19.) Pero invisiblemente y ante el tribunal de Dios, fue entregado por el grito de todos los pecados del mundo (Rom. 4.), y por la justicia inexora

ble del Padre celestial, que no perdonó ni aun á su propio Hijo, desde que le vió cubierto con el manto de pecador (Ibid. 8.); y principalmente, oh tierno y delicioso misterio! El fue como impulsado y arrastrado á la muerte por su amor, por su caridad infinita que le obligó á inmolarse por nosotros. (Ephes. 5.)

Y precisamente para hacer ver que su bondad para con nosotros fue el principal móvil de su sacrificio, y que fue nmolado por las manos de la caridad en la víspera de su muerte, dice el evangelista san Juan, hizo brillar de una manera mas viva, mas tierna y mas generosa el amor que nos habia manifestado durante su vida. Cum dilexisset suos qui erant in mundo, in finem dilexit eos. Ya hemos visto, en efecto, que extendido sobre la cruz, como en un lecho de ignominia y de dolor, cubierto de oprobios, saciado de amarguras y abrumado de tristeza, olvidado de sí mismo, no piensa mas que en nosotros. En las tres primeras palabras que pronunció desde la cruz, alcanzó el perdon para los pecadores, abrió el paraíso á los justos y legó á los fieles por madre á su propia Madre. Este amor iba creciendo cada vez mas á medida que se acercaba la hora del último sacrificio, y en las palabras que pronunció despues, en las que se quejaba de su abandono, declaró que sentia una sed abrasadora, y anunció la consumacion del gran misterio, dejándonos prendas todavía mas preciosas, y pruebas todavía mas tiernas y mas patéticas de su caridad. Cum dilexisset suos qui erant in mundo, in finem dilexit eos. Esto es lo que debemos considerar en el dia de hoy en la explicacion de estas inefables palabras, á fin de que formemos de una vez la firme resolucion de darnos enteramente á Aquel que se dió todo á nosotros y que se sacrificó por nosotros. In finem dilexit eos.

PRIMERA PARTE.

Despues de haber dirigido la palabra Jesus á su Madre, elevando al cielo su rostro sagrado, sus ojos bañados en lágrimas, y mas aun su corazon, habla á su Padre, y con una voz fuerte y sonora, le dice: Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has desamparado? Deus meus, Deus meus, ¿ut quid dereliquisti me? Y qué! ¿el Hijo eterno de Dios, consustancial á El, se halla abandonado por su mismo Padre en este terrible momento? No, dice san Leon; guardémonos de engañarnos en la inteligencia de estas palabras. Aunque en Jesucristo hay dos naturalezas, no hay, sin embargo, mas que una persona, la persona divina del Verbo, y esta no abandonó ni pudo abandonar la naturaleza humana, á la que estaba íntima y sustancialmente unida. Pues bien: así como el Padre está en el Verbo y el Verbo en el Padre (Joan.), así como la naturaleza humana de Jesucristo no se separó jamás de la persona del Verbo, así tampoco la persona del Verbo fue abandonada jamás por la del Padre, porque el Verbo no podia separarse dei Padre. (Serm XVI de Pass.) ¿Cuál es, pues, ese abandono de que se queja el Salvador moribundo, y cuál es ese misterio en el que Jesus nos prepara la última prueba de su amor?

Recordemos, en primer lugar, que estas palabras son las primeras del Salmo XXI. Pues bien: segun san Jerónimo, al decirnos el Evangelista que el Señor pronunció en alta voz este primer versículo, quiso hacernos conocer que recitó el Salmo entero desde la cruz.

David en este Salmo profetizó y describió con la exactitud de un evangelista la historia entera de la Pasion, de la muerte y de la resurreccion del Mesías. El anunció que el

Salvador tendria las manos y los piés atravesados, y que sus vestidos serian repartidos entre sus verdugos, y su túnica inconsútil echada á la suerte. El anunció con las mismas palabras los cargos que los príncipes de los sacerdotes habian de hacerle por colocar su confianza en el Señor, y la provocacion sacrílega hecha á Dios para que le librase de la cruz, como una prueba de que era su Hijo. El vió en espíritu y consignó la particularidad de que todos los que viesen la cruz desde léjos le insultarian, y moverian la cabeza en señal de desprecio. Todas estas circunstancias se cumplieron á la letra mientras que Jesus estaba en el altar de su sacrificio. Por consiguiente, al recitar el Salvador este Salmo, que lo sabian de memoria los judíos y los sacerdotes que asistian á este espectáculo, y en el que sabian que estaban anunciados los sufrimientos y las glorias del Mesías, les obligó á recordar á pesar suyo una profecía tan importante, ofreciéndoles así un nuevo medio de conversion y de salvacion.

Y qué cosa mas á propósito, en efecto, para cubrirlos de confusion, para convencerlos, para ablandarlos y moverlos á penitencia? El lanza en primer lugar una fuerte exclamacion; despues recita el Salmo en que está anunciada la historia de lo que sucede en el Calvario en aquel momento, y guardando en seguida un silencio profundo, les da tiempo y ocasion para reflexionar sobre el mismo Salmo, para confrontar la profecía con los hechos, y observar la exactitud con que este gran oráculo se cumple entonces á su vista y por su ministerio. De este modo, con un artificio de amor divino les llama á que reconozcan en el Crucificado, á quien insultan, el Mesías anunciado tantos siglos antes. Él les instruye sin amenazarles, les convence sin reconvenirles y les hace conocer la enormidad de su crímen sin castigarles. ¡Oh nuevo rasgo de misericordia,

de bondad y de amor! ¡El Redentor no cesa hasta el último instante de apiadarse de los judíos, sus matadores, de excitarles al arrepentimiento y ofrecerles el perdon!

Al llamar Jesus á los judíos á la verdadera fe con esta estratagema de amor, confirma á los cristianos en esta misma creencia. En efecto, al recitar este Salmo en unas circunstancias tan solemnes, nos manifiesta claramente que este salmo se refiere á Él; que es una profecía de los padecimientos que sufria entonces en la cruz, y de los misterios que cumplia en ella y, por consiguiente, borra el escándalo de sus dolores y de sus ignominias; Él convierte las circunstancias mas humillantes para su persona y mas contrarias á su dignidad en otros tantos testimonios que atestiguan la verdad de su título de Mesías y de Redentor, y la de la Religion cuyos fundamentos echaba entonces; y con este deseo de instruirnos y confirmarnos en la fe, nos da hasta el fin pruebas cada vez mayores de su ardiente caridad. Cum dilexisset suos qui erant in mundo, in finem dilexit eos.

El Redentor agonizando, dice san Leon, nos ha revelado en estas palabras un sublime y patético misterio. Es muy cierto que interiormente y con relación á la naturaleza divina, que hace que el Padre y el Verbo sean una misma cosa, el Padre no dejó ni pudo dejar á su divino Hijo; mas exteriormente y respecto á la naturaleza humana que el Verbo habia tomado de nosotros, parecia, observa san Bernardo, que el Padre Eterno le habia dejado, supuesto que le puso en poder de sus enemigos, le entregó al furor de los hombres y de los demonios, á todos los oprobios, á todos los ultrajes, á todos los tormentos y á todos los horrores del suplicio de la cruz. Esta indiferencia aparente, esta negligencia en impedir con su omnipotencia y vengar con su justicia los bárbaros tormentos que hacian sufrir á

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