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y que en el Calvario estos dos famosos criminales fuesen colocados uno á la derecha y otro á la izquierda, y Jesus en medio de ellos, como el mas criminal de todos. (Matth., Joan. 1, Bonav.)

Mas, oh ceguedad de los judíos! dice san Juan Crisóstomo. Ellos creen saciar con este ultraje su odio contra Jesucristo, y no hacen otra cosa que contribuir á la ejecucion de los grandes designios de Dios; ellos creen cubrir de infamia al Salvador, y, sin saberlo, cumplen una gran profecía (1). Isaías habia anunciado en términos muy claros que el Mesías debia de sufrir la muerte en medio de dos criminales, añadiendo: «Que su sangre derramada le daria una numerosa posteridad, y que la infamia de ser crucificado entre dos malbechores contribuiria á hacer conocer mejor la virtud de su gracia y la extension de su imperio. Videbit semen longævum; et voluntas Domini in manu ejus dirigetur; et fortium dividet spolia, pro eo quod tradidit in mortem animam suam, et cum sceleratis reputalus est.

Admirable conducta de la sabiduría de Dios! Los judíos crucificaron al Salvador con este aparato infamante, persuadidos, dice Teofilacto, de que viéndole el pueblo asociado á dos criminales, le juzgaria tanto ó mas criminal que ellos, y que la identidad del suplicio haria creer que todos tres estaban manchados con unos mismos crimenes (2). Y sin embargo, esta circustancia, que añadió tanta ignominia á la muerte del Redentor, la hizo al mismo tiempo mas gloriosa, y los judíos en vez de empañar su inocencia, no hicieron otra cosa que manifestar la certeza de su mision y hacer mas visible su dignidad. Tal es el

(1) Inviti, etiam in hoc, Judæi prophetiam implent. Quæ enim illi ad ignominiam faciebant, his veritas implebatur. (Hom. 84, in Joan.)

(2) Ut homines pravam opinionem contra eum conciperent, quod et ipse latro et maleficus esset. (In Marc.)

asunto que debemos meditar en el dia de hoy; quiero de→ cir, la grandeza, el poder y el imperio de Jesucristo, probados y hechos sensibles en el misterio de las tres cruces, precisamente por la circunstancia de haber sido crucificado entre dos ladrones. Et voluntas Domini in manu ejus dirigetur; et fortium dividet spolia, pro eo quod tradidit in mortem animam suam, et cum sceleratis reputatus est. Entremos, pues, sin mas preámbulos en la consideracion de este Misterio, tan glorioso para Jesucristo como precioso y edificante para nosotros: Misterio cuyo estudio reclama toda nuestra atencion.

PRIMERA PARTE.

Dos cosas eran necesarias para que la muerte de Jesucristo fuese útil y nos alcanzase la salvacion: la primera, que muriese sin pecado; porque si hubiera sido condenado por alguna culpa personal, aun la mas leve, su muerte hubiera sido un castigo merecido y no un sacrificio; El no hubiera podido entonces satisfacer por los hombres, porque hubiera tenido necesidad de satisfacer por sí mis mo. La segunda condicion para que su muerte fuese salu dable era, que la sufriese como uno de nosotros, es decir, como criminal y como pecador, porque nosotros somos pecadores y criminales. En efecto, si no hubiera tenido semejanza alguna exterior con los pecadores hubiera sido absolutamente extraño á ellos, y se hubiera encontrado incapaz de representar su estado, sus crímenes y su condenacion. Se necesitaba, pues, que esta víctima santa, inocente y pura, fuese inmolada como si hubiese sido cul→ pable de todas las iniquidades del mundo, que el sacrificio

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voluntario del Mesías pasase á los ojos de los hombres por un castigo merecido, que apareciese criminal sin serlo, y que sufriese al parecer con justicia una muerte, que solo sufria por un exceso de su caridad infinita.

Pues bien el Hijo de Dios, la sabiduría infinita, tiene muy presente esto cuando consiente ser confundido en su muerte con dos criminales. Porque fue bastante á los ojos de la ciega multitud para mirarle como culpable, verle asociado á los dos insignes malhechores, cuyos crímenes eran públicos y notorios, ver que su cruz estaba colocada entre las cruces de ellos, y que espiró sin que Dios hiciese ningun milagro para librarle.

¡Qué misterio tan profundo se encierra en estas tres cruces! Por lo mismo que la cruz de Jesucristo está colocada entre las cruces de los dos ladrones, y que el Santo por excelencia está confundido con los criminales y muere como uno de ellos, estamos ciertos de que muere por los pecadores. Haced desaparecer las cruces de los criminales que figuran á los dos lados de la cruz del Salvador, y al momento este gran misterio se desvanece ó se oscurece. Si esta circunstancia, anunciada con tanta clarida y ligada tan evidentemente con el motivo de su muerte, hubiera faltado, el mérito de sus sufrimientos hubiera permanecido en cierta manera dudoso; pero esta misma circunstancia, junto con la de su inocencia, probada de una manera ju← rídica y reconocida públicamente, asegura á Jesucristo uno de sus principales caractéres. Léjos de hacerle semejante á los criminales, en cuya compañía muere, le hace conocer por el Redentor que ha venido á justificarlos con el precio de su vida; ella prueba que en El se cumplen los designios misericordiosos del Padre comun por la salvacion de los hombres, y le proclama verdadero Mesías y Salvador del mundo. Et voluntas Domini in manu ejus diri

getur; et fortium dividet spolia, pro eo quod tradidit in mortem animam suam, el cum sceleratis reputatus est.

Mas al mismo tiempo que el misterio de las tres cruces muestra claramente en Jesucristo al Salvador de los hombres, y patentiza este augusto carácter de su persona, nos da á conocer igualmente la eficacia prodigiosa de su gracia.

En efecto, uno de los criminales que estaban crucificados con Jesus, el que estaba colocado á su izquierda, comenzó á blasfemar de El, desde el instante mismo en que la cruz del Salvador fue elevada al lado de la suya, y le decia: «Cómo hemos de creer que tú eres el Mesías? Si lo fueras en realidad, no te salvarias á Tí mismo y á nosotros? Mas supuesto que no nos salvas, ni te salvas á Tí mismo, no es cierto que Tú eres el Mesías. Unus autem de his, qui pendebant, latronibus, blasfemabat eum, dicens: Si tu es Christus, salvum fac temetipsum, et nos.» (Luc.) Por el contrario, el otro malhechor, llamado Dimas, como nos lo enseña la tradicion, y que se hallaba colocado á la derecha del Salvador, indignado de oir al compañero de su suplicio, insultar al Señor moribundo, reprende á este miserable diciéndole: «¿Cómo, estando condenado al mismo suplicio que El, no temes provocar la ira de Dios, uniéndote á ese pueblo impío para insultar al crucificado? Respondens autem alter increpabat cum, dicens: Neque tu times Deum, quod in eadem damnatione est. (Ibid.) Nosotros que somos culpables padecemos con justicia: nuestro suplicio es el castigo de nuestras malas obras, pero no puede decirse lo mismo de éste. Enclavado en la cruz como nosotros, no lo está por la misma causa; El sufre esta pena sin haber cometido ningun crímen, así como la sufre sin impacientarse. Et nos quidem juste, nam digna factis recipimus: hic vero nihil mali gessit. (Ibid.) En seguida, volviéndose á Jesus con la frente humillada, los ojos bajos, la voz suplicante y el corazon con

trito, le dice: «Señor, acordaos de mí cuando llegueis á vuestro reino. Et dicebat ad Jesum: Domine, memento mei, cum veneris in regnum tuum.»

Oh palabras admirables, oh súplica afectuosa! Desde luego, al reconvenir Dimas al mal ladron por su falta de temor de Dios, Neque tu times Deum, prueba claramente que él ha abierto ya su corazon á este santo temor, principio de la verdadera sabiduría y de la salvacion eterna, que forma los penitentes y corona los justos. El no se contenta con tener este temor divino, sino que procura inspirarlo tambien á su compañero, y con esta intencion le reprende y le instruye. El desea que el que en otro tiempo fue cómplice de sus crímenes, y que sufre al presente la misma pena, pueda asociarse tambien á su penitencia; y aun cuando él no sea todavía mas que penitente, ejerce el ministerio de apóstol y de misionero. Tan cierto es que el celo por la conversion de los demás es una señal positiva de la sinceridad de nuestra propia conversion.

Pero observad cuán perfecta es la del buen ladron. En efecto, cuando pronuncia estas palabras: «Nosotros padecemos justamente, Nos quidem juste,» formula un acto de verdadera contricion. Cuando despues añade: «Nosotros recibimos la pena debida á nuestros crímenes: Digna factis recipimus, hace una confesion pública, humilde y llena de dolor, de toda su vida criminal. Al decir el mal ladron á Jesucristo: «Si eres verdaderamente el Mesías, sálvate á Tí mismo y á nosotros: Si tu es Christus, salvum fac temetipsum, el nos, deja conocer claramente que pide un milagro que le libre de la cruz, y no la gracia que borre sus pecados; que no son sus crímenes los que él detesta, sino el castigo que sufre; que no tiene dolor alguno de haber ofendido á la bondad de Dios, sino que se irrita contra la justicia de los hombres que le castiga; en una palabra,

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