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Escrituras. Por tanto: no pienso entretenerme en disputas inútiles, que no convienen á la sustancia de mi asunto particular. Lo mismo digo sobre el modo y circunstancias particulares que leemos en infinitos libros: las buscamos en el libro de la verdad y no las hallámos. En los Profetas es ciertísimo que nada se halla claro y espreso; esceptuando solamente la sustancia del misterio. En los evangelios y en todas las Escrituras del nuevo Testamento sucede lo mismo: pues lo poco que hay sobre esto en el cap. xxv del evangelio de S. Mateo, parece una mera parábola, cuyo fin primario y principal es una doctrina importantísima, y aun muy necesaria á todos los creyentes, cual es la caridad con el prójimo: (segun estas espresiones) que en cuanto lo hicisteis á uno de estos mis hermanos pequeñitos, á mí lo hicisteis:... que en cuanto no lo hicisteis... ni á mí lo hicisteis, &c. *: sobre lo cual hablámos en el cap. viii de la primera parte.

383. No nos queda pues otro lugar mas claro ni mas espresivo que el capítulo xx del Apocalipsis, desde el ver. 7 hasta el fin, en donde se habla ya con toda claridad, así de la resurreccion universal de todos los individuos del linage humano (por consiguiente de la muerte de todos, que ya ha precedido, pues solamente pueden resucitar los que han pasado por la muerte) como del juicio universal de todos, en que á todos y á cada uno se le dará la última sentencia irrevocable y eterna. Como yo no soy capaz de representar estas cosas con la propiedad y viveza con que lo hace S. Juan, antes temo con gran razon obscurecerlas con mis esplicaciones ó ponderaciones; leed, ó Cristófilo, el testo entero de este Apostol y último Profeta, y leedlo con toda la atencion y reverencia de que sois capaz, y contentaos con él; pues ciertamente no hay en toda la Escritura santa cosa alguna sobre este punto, ni mas espresa, ni mas clara, ni mas viva, ni mas definida. Y ví un grande trono

Quamdiu fecistis uni ex his fratribus meis minimis, mihi fecistis... Quamdiu non fecistis... nec mihi fecistis, &c.— Mat. xxv, 40 et

blanco, y uno que estaba sentado sobre él, de cuya vista huyó la tierra y el cielo, y no fué hallado el lugar de ellos.

384. Espresion admirable, vivísima y propísima para denotar la grandeza, la magestad, la soberanía infinita de aquel trono, y del supremo Príncipe que en él se sienta; ante cuya presencia, ó á cuya vista quisiera huir y esconderse el cielo y la tierra, y todos los que en ellos habitan ; y no hallan donde: y no fué hallado el lugar de ellos. Y ví los muertos, grandes y pequeños, que estaban en pie delante del trono, y fueron abiertos los libros: y fué abierto otro libro, que es el de la vida: y fueron juzgados los muertos por las cosas, que estaban escritas en los libros, segun sus obras. Y dió la mar los muertos, que estabau en ella y la muerte y el infierno dieron los muertos, que estaban en ellos y fué hecho juicio de cada uno de ellos segun sus obras. Y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque del fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fué lanzado en el estanque del fuego*.

385. Yo creo firmemente con todos los fieles Cristianos todo lo que aquí leo en su sentido propio, obvio y literal; mas no por eso dejo de conocer sin poder dudarlo, que aquí se anuncia únicamente la sustancia del misterior, no su modo ni sus circunstancias particulares. Sobre esto modo y circunstancias así del fin de todos los vivientes viadores, como de la resurreccion de todos y juicio universal,

Et locus non est inventus eis. Et vidi mortuos, magnos et pusillos, stantes in conspectu throni, et libri aperti sunt: et alius liber apertus est, qui est vitæ: et judicati sunt mortui ex his, quæ scripta erant in libris, secundùm opera ipsorum. Et dedit mare mortuos, qui in eo erant: et mors et infernus dederunt mortuos suos, qui in ipsis erant et judicatum est de singulis secundùm opera ipsorum. Et infernus, et mors missi sunt in stagnum ignis. Hæc est mors secunda. Et qui non inventus est in libro vitæ scriptus, missus est in stagnum ignis. — Apoc. xx, ab 12 usque ad 15.

ninguno me importune. Como estas cosas particulares no las hallo en la revelacion, es preciso que las ignore y que me contente con mi ignorancia. No obstante, entre estas cosas particulares pertenecientes al mismo misterio, hallo una sola que no ignoro, ni puedo dejar de conocerla; esta es, la circunstancia del tiempo en que el misterio entero debe suceder. Quiero decir, que el misterio entero, ó lo que es lo mismo, la resurreccion de todos los individuos del linaje de Adán, el juicio último, la sentencia última, y la ejecucion de esta última sentencia, no pueden suceder luego inmediatamente en el mismo dia natural de la venida en gloria y magestad de nuestro Señor Jesucristo, porque esta idea repugna visible y evidentemente al testo mismo de S. Juan. Mucho mas repugna, si se considera y examina con todo su contesto, como debe ser. Y repugna todavia muchísimo mas, si se considera unido este misterio y combinado con todas las Escrituras del antiguo y nuevo Testamento. Todo lo cual, como que es el asunto primario y principal de toda esta obra, hemos venido declarando y tal vez demostrando hasta el presente misterio, ó hasta la resurreccion de la carne y juicio universal. Preguntareis acaso: ¿qué será despues de esto? Esto es lo que últimamente voy á proponer en el capítulo siguiente.

CAPITULO XV.

ESTADO DE NUESTRO ORBE TERRAQUEO Y DE TODO EL UNIVERSO MUNDO DESPUES DE LA RESURRECCION Y JUICIO UNIVERSAL.

PARRAFO I.

386. RESUCITADA toda carne del linage de Adán, concluido el juicio universal, y egecutada la sentencia irrevocable, para unos de vida, para otros de suplicio eterno, segun sus obras; os oigo decir, Cristófilo amigo, ¿ qué será despues de esto? A esta pregunta general, yo no puedo responder sino con la respuesta tambien general del mismo Jesucristo: irán estos al suplicio eterno; y los justos á la vida eterna*. Veo tambien, que no satisfecho con estas generalidades, aunque ciertísimas, deseais saber algunas otras cosas particulares pertenecientes á este misterio del modo que estas se pueden aora saber: esto es, ó por revelacion divina, auténtica, espresa y clara, ó á lo menos por un buen raciocinio, ó por una prudente congetura fundada sólidamente en la misma revelacion. Por tanto, me preguntais entre otras mil cosas estas tres principales y fundamentales.

PRIMERA.

387. ¿Qué es lo que yo pienso segun las Escrituras sobre la suerte ó estado en que quedará nuestro miserable é iniquísimo orbe, en cuya superficie habitámos, despues de la resurreccion y juicio universal? Estendiéndo desde aquí vuestra curiosidad á todos los otros orbes innumera

* Ibunt hi in supplicium æternum; justi autem in vitam æternam.-Mat. xxv, 46.

bles que se nos presentan á la vista en una noche serena luego al punto que levantámos los ojos desde la tierra al cielo; y esto en cualquiera parte de la tierra en que nos hallémos.

SEGUNDA.

388. Qué es lo que yo pienso segun las Escrituras i sobre el lugar determinado de todo el universo mundo, donde deberán ir todos los que resucitaren á vida para gozar en este lugar determinado ó en este paraiso, así de la vista fruitiva de Dios, como de otras cosas accesorias que les están igualmente prometidas?

TERCERA.

389. En consecuencia de estas dos primeras me pedís la última (que requiere capitulo aparte) es á saber: que os dé en breve y segun las Escrituras una idea verdadera, clara, sensible y perceptible á todos, sobre la felicidad y bienaventuranza eterna que está prometida á los que se salvarán, principalmente despues de la resurreccion universal; á cada uno segun sus obras*: no tanto (decís con gran razon) sobre su gloria y bienaventuranza sustancial, que consiste en la fruitiva vision de Dios y posesion del sumo bien, la cual es inefable é inesplicable; cuanto sobre aquella gloria y felicidad, que llamámos accidental, la cual compete á nuestra alma, no ya separada del cuerpo, sino unida con él estrechísimamente; no ya como puramente racional 6 intelectual, sino tambien como sensitiva, por medio de los órganos del cuerpo; no ya en fin como puro espíritu, sino unida inseparablemente con aquel mismo cuerpo para el cual fué criada.

390. O amigo mio! ardua cosa me pides. ¿Quién es i capaz en el estado presente de satisfacer plenamente á estas tres preguntas? Buscad esta plena satisfaccion en tantos sapientísimos y eruditísimos que han tocado estos

* Unicuique secundùm opera ejus. - Mat. xvi, 27.

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