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I.

Antes de comenzar su lectura, debemos dirigirnos á Dios

por medio de una corta y fervorosa oracion á Jesu-Cristo: el cual es el único digno de abrirnos el Divino Libro, y de romper los sellos, que le tienen como cerrado. Apoc. cap. V. V. 5. 9.

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II. Estar penetrados de un sumo respeto hacia los Libros Sagrados, mirando las verdades, eternas que contienen, como palabras del mismo Dios que nos habla; testificando esta veneracion hasta con el mismo ejemplar de la Biblia que tenemos en las manos, y el cual debemos siempre guardar en parage muy decente.

III. No debemos leer las Santas Escrituras de corrida; sino meditando lo que se lee, pesando sus palabras, y procurando te ner algun buen comentario de autor ortodoxo y piadoso: teniendo presente el aviso que se nos da en los Proverbios (cap. XXIII. 3.). Detengamonos en aplicar á nuestra conducta de vida aquellas sentencias que mas nos convengan; de suerte que saquemos fruto de la lectura, y no se haga esta por mera curiosidad.

IV. Es necesario leer la Escritura con grande humildad, y con entera, sumision á la Iglesia; la cual es la que recibió de Je su-Cristo este sagrado depósito, y la única que puede darnos la verdadera inteligencia, de una manera infalible; como enseña el concilio de Trento, siguiendo la tradicion.

V. Jesu-Cristo es el grande objeto que hemos de tener siempre presente en la lectura de la Santa Biblia, si queremos alcanzar su recto sentido; como dice S. Agustin, in Ps. xcvi.

VI. No siendo el fin y el cumplimiento de las Escrituras, sino la doble caridad (amor á Dios y al prójimo); cualquiera que crea haber entendido las Divinas Escrituras, ó alguna parte de ellas, pero las entienda de tal suerte, que con esa inteligencia que tiene, no edifica aquella doble caridad, todavía no las ha entendido bien: al contrario, aquel que saca de ellas tales sentimientos, que son útiles para nutrir y fortalecer dicha caridad, aunque acaso no haya comprendido el verdadero sentido que tuvo en su mente en aquel testo el Escritor sagrado, ni se engaña para daño suyo, ni cae absolutamente en mentira. (S. Agustin de Doctr. Crist. lib. I. c. 35, 36.)

Para la inteligencia de la sagrada Escritura, sacadas de varios santos Padres, y espositores católicos.

JESU-CRISTO esu-Cristo es el fin de toda la Ley; y está figurado y prenunciado en los sucesos y profecías del antiguo Testamento. (Rom. XV. v. 4.-I. Cor. X. v. 4. etc.)-Lo que es Jesu-Cristo, lo que hizo, lo que padeció, lo que prometió, lo que enseñó, todo lo perteneciente a su Iglesia, fué el objeto de las Escrituras del antiguo Testamento. Es un error peligroso el mirar como simples conveniencias las aplicaciones que hacen los Apóstoles á Jesu-Cristo de varios textos del antiguo Testamento. San Pablo descubre grandes profundidades ó misterios en pasages de la Escritura muy sencillos; como sobre el silencio de Moisés acerca de la genealogía de Melquisedec; en haberse huido aquél de la corte de Faraon; en la disposicion y ritos del Tabernáculo; en el velo que cubria la cara de Moisés etc. Mas no por eso deberá hacerse poco caso del sentido literal, ni admitir todo género de alegorías. Asi como hay peligro en escluir estas, ó fijarse poco en ellas, le hay tambien en no ver mas que ideas alegóricas en la sagrada Escritura. En algunos pasages no hay mas sentido que el profético; y hay historias que no pueden ser elevadas á dicho sentido, aunque contribuyen a él. Hay asimismo profecías de sucesos temporales que parece que no pueden esplicarse en el sentido espiritual; pero sirven de pruebas al cumplimiento de las miran a Jesu-Cristo. Aun en estas hay algunos rasgos que se refieren á Jesu-Cristo, y parece que no tienen relacion con lo demas del contesto.

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¿Pero cómo se podrán discernir los lugares de la Escritura sagrada, en que es lícito pasar de la letra para descubrir á JesuCristo? ¿Por qué reglas se conocerá si está oculto bajo la superficie; ó si ésta no tiene misterio ni profundidad? ¿Con qué principios se podrá juzgar de la solidez de las conjeturas, ó de las interpretaciones espirituales, para no admitir las que carecen de fundamento, y respetar las que estriban en razones de congruencia? A este fin podrán servir las reglas siguientes: I. Es necesario ver á Jesu-Cristo en todos los pasages de la Escritura en que le vieron los Apóstoles ó Evangelistas.

11. Mirar á Jesu-Cristo como visible en dichos lugares, siempre que le designan ciertos caracteres que no pueden convenir á otro que á él.

III. Cuando las espresiones de la Escritura son demasiado magníficas para el asunto á que parece se refieren, es señal de que tienen un objeto mas grandioso y sublime.

IV. Hay pasages en que no se encuentra mas sentido inmediato y literal que el profético.

4.

Las promesas que no tienen por objeto mas que una felicidad temporal, deben mirarse como imágenes de los bienes espirituales.

VI. Cuando se encuentran en la Escritura algunas cosas que la narracion sencilla no convienen á nuestra débil razon, ό a la idea que tenemos de las personas que las hicieron, es señal de que ocultan algun misterio.

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VII. Hay en la sagrada Escritura cosas tan estraordinarias, y tan visiblemente misteriosas, que advierten por sí mismas la necesidad de no contentarse con el simple sentido histórico.

VIII. Hay algunas historias cuyas circunstancias tienen una relacion tan visible con Jesu-Cristo, que no se puede dudar que le representan.

IX. La Ley, el Tabernáculo, los Sacrificios, el Sacerdocio, y las Ceremonias judaicas figuraban a Jesu-Cristo.

X. Contribuye mucho para la aplicacion a Jesu-Cristo, de una historia ó profecía, el que sea sencilla, natural y fácil, y *[le todas sus partes vengan a reunirse en un solo punto de

vista.

XI. Los pásages de la Escritura, en que se consideran como inútiles ó insuficientes la Circuncision, la Ley, el Templo, los Sacrificios, las Ceremonias, y los privilegios de ser de la familia de Abrahan, de habitar en la tierra de promision, y de vivir en Jerusalen, descubren ciertamente à Jesu-Cristo, y manifiestan la justicia y santidad del Evangelio.

XII. Hay varias profecías que con unos mismos términos, abrazan sucesos muy diferentes, y distantes, unos de otros.

XIII. Puede mirarse también como regla para entender muchas profecías de la Escritura, el que su cumplimiento no se ha verificado todavía, quizá por pertenecer á la segunda venida de Jesu-Cristo en gloria y magestad. Asi es que muchas hablan con los hijos de Israel; sobre los cuales es menester tener presentes las verdades siguientes: 1. Dios ha prometido conservar al pueblo de Israel hasta el fin de los siglos, por medio de una proteccion milagrosa. 2.a Esta promesa absoluta é inmutable está siempre unida á la de su llamamiento. 3.a Este llamamiento se debe entender que será á la fe y verdadera piedad. 4. Esta promesa no se cumplió con el regreso de los judíos de la cautividad de Babilonia, ni con la conversion de los que salieron de aquella ciudad. 5. Tampoco se cumplió en tiempo de Jesu-Cristo. 6. Las promesas que se hicie

a

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ron á Israel despues de haber sido abandonado, son relativas á su llamamiento. 7. Las profecías que predicen el fin de la ceguedad de los judíos, no pueden menos de entenderse de su conversion. 8. Las promesas hechas á los judíos para despues de la vocacion de los gentiles y conversion de toda la tierra á la fe, son relativas á su segunda vocacion. 9.a Las profecías que predicen la conversion en general de todo Israel, se refieren á los últimos tiempos. 10. Las promesas de una conversion constante, y de una fidelidad que subsistirá hasta el fin de los siglos, no pueden convenir al tiempo de Jesu-Cristo. 11.a No debe creerse que la conversion de los judíos se ha de diferir hasta el fin de los siglos; de modo que se haya de limitar á algunos años antes del juicio final. 12.a Las profecías que hablan de la eminente santidad de los hijos de Israel llamados despues del tiempo de la ira, y de todos los judíos en general, designan los últimos tiempos. 13.a Por medio del zelo y esfuerzo de los últimos judíos recibirán ó acabarán de recibir todas las naciones la luz de la fe. 14.a Convirtiéndose los judíos, establecerán en toda la tierra la unidad de un mismo culto; y borrarán, á lo menos por algun tiempo, todos los vestigios de la idolatría.

XIV. No se ha de buscar ó abrazar tanto la verdad ó exactitud de las palabras, como la de las cosas, ó lo que quiso decir el que habla.-S. Aug. Lib. II. de Cons. Evang c. 12 et 24.

XV. No siempre se guarda en la Escritura el órden de los tiempos, ni se ha de buscar la conexion de las sentencias entre si. Los Evangelistas y otros autores sagrados anticipan ó pos ponen muchas veces la narracion de un suceso, ó hacen de él una recapitulacion.

XVI. Cuando Jesu-Cristo, ó los Apóstoles, y demas autores de los Libros sagrados citan algun otro lugar de la Escritura, especialmente de los Profetas, sucede algunas veces que se halla la cita conforme á la substancia, ó sentido de las paJabras, mas no con lo material de estas; y á veces se cita solamente un solo Profeta, aunque las palabras sean tomadas de varios; como en el cap. I. v. 2. de S. Márcos etc.

XVII. Debe tenerse presente que Dios no nos ha dado las santas Escrituras para hacernos físicos ó matemáticos etc., sino para hacernos buenos cristianos.

04.

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