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formes á él, unos mas, otros menos, serán tambien herederos de Dios, y coherederos con el Hijo mayor, que es Jesucristo: Y si hijos, tambien herederos: herederos verdaderamente de Dios, y coherederos de Cristo: pero si padecemos con él, para que seámos tambien glorificados con él*. De aquí se sigue naturalmente, que siendo él Hermano mayor heredero y Señor de todas las cosas, sin escepcion alguna, deberán tambien serlo á proporcion todos los coherederos. Es verdad que entre estos coherederos habrá una infinita diversidad, segun los méritos de cada uno. Unos serán máximos, otras grandes, otros medianos, otros menores, y los mas mínimos: mas como la caridad, que es el vínculo de la perfeccion†, estará entonces en el grado mas perfecto á que puede llegar, no habrá ni podrá haber entre tantos hijos de Dios, aquella fria palabra, mio, y tuyo; sino que será tuyo lo que es mio, y mio lo que es tuyo; lo que es de todos será de cada uno, y lo que es de Cristo será de todos: Dios será todo en todos ‡.

435. Si yo v. g. entro en la vida como lo espero, no solamente me gozaré por el grado ínfimo de gloria que se me ha dado (conociendo bien que es infinitameute superior á mis pequeñísimos méritos), sino tambien me gozaré en gran maneras de ver infinitos otros superiores á mí, y alabaré en todos y en cada uno, la infinita justicia, santidad y liberalidad de Dios omnipotente: y por tanto gozaré de algun modo de lo que ellos gozan, y en cierto modo lo haré propio mio. Esto mismo me sucederá, y con efectos sin comparacion mas vivos y mas fruitivos, viendo y considerando la inmensa grandeza, dignidad y gloria del Hombre Dios, mi Príncipe, mi Rey y mi hermano mayor, á quien debo toda mi felicidad, y á quien amo con todo el

Si autem filii, et hæredes: hæredes, quidem Dei, cohæredes autem Christi: si tamen compatimur, ut et conglorificemur. — Ad Rom. viii, 17.

+ Quæ est vinculum perfectionis.-Vide ad Colos. iii, 14. Deus omnia in omnibus. - 1 ad Cor. xv, 28.

§ Gaudio magno. — Mat. ii, 10.

TOMO III.

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amor de que soy capaz, &c. Esta idea general, aunque apenas tocada brevísimamente, me parece verdadera, racional y justísima por todos sus aspectos. Vengámos aora á lo particular, principalmente sobre la gloria que llamamos accidental.

PARRAFO II.

ESTENSION Y GRANDEZA MATERIAL DEL REINO DE DIOS, Ó

DEL REINO DE LOS CIELOS.

436. Para que podamos hacer algun digno concepto de la grandeza y estension del reino de los cielos, ó del reino de Dios y de su felicidad (por aora incomprensible aun mirando solamente su accesorio, accidental y material, &c.), levantad, ó Cristófilo, vuestros ojos de la tierra al cielo, y esto en cualquier lugar, ó país, ó tribu, ó pueblo, ó lengua donde os halláreis: ó sea en el austro, ó en el aquilon, ó sea en el oriente, ó en el occidente, &c.: Alza tus ojos al rededor, y mira*. ¿Qué os cuesta levantar los ojos ácia lo alto en una noche serena? Habiendo visto y contemplado por espacio de un cuarto de hora este espectáculo magnífico, os vuelvo á decir: Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes +.

437. Me direis acaso, que ya estas están contadas y puestas en exactísimos catálogos, por los mas diligentes observadores; los cuales apenas han hallado tres mil en ambos hemisferios. Preguntad aora á estos mismos sabios, si realmente no hay mas estrellas que las que se hallan en sus catálogos, y os responderán todos unánimemente, que éstas, respecto de las que quedan, no son sino como tres gotas de agua respecto de todo el océano. Y en efecto así Nuestros ojos por sí mismos alcanzan poco, si no son ayudados de algun instrumento artificial. Pues con este instrumento que llamámos telescopio (invencion admirable que nos ha revelado millones de secretos) observad el cielo en cualquiera parte que sea; hallaréis vuestro vidrio tan

es.

* Leva in circuitu oculos tuos, et vide. - Isai. xlix, 18; et lx, 4. + Suspice cœlum, et numera stellas, si potes. — Gen. xv, 5.

lleno de nuevas estrellas, que quedareis atónito y como en éstasis, á vista de tantos cuerpos luminosos, que antes se ocultaban á vuestros ojos.

438. Yo me acuerdo bien, que en sola la espada de Orion compuesta de tres estrellas que mis paisanos llaman las tres Marías, y en el espacio aparente que estas dejan entre sí, conté una vez hasta 42, y esto usando de un telescopio apenas digno de este nombre: pues su vidrio objético no llegaba á ocho pies de foco. Casi otro tanto me sucedió con las Hiadas y Pleyadas, y generalmente en cualquiera parte del cielo ácia donde enderezaba mi pequeño instrumento. Otros observadores con telescopios sin comparacion mayores y mejores, han visto mucho mas sin comparacion. De lo cual han concluido con suma razon, que el mundo universo, si no es infinitamente estenso, á lo menos lo es indefinidamente; y sus verdaderos límites solo puede saberlos el Criador de todo, que cuenta la muchedumbre de las estrellas, y las llama á todas ellas por sus nombres*.

439. Parémos aora un momento en la contemplacion de todas estas cosas. Si consultámos sobre ellas á los mas sabios y diligentes observadores, no digo solamente puros filósofos, sino filósofos Cristianos, religiosos y píos, nos responden lo primero: que la multitud de los cuerpos celestes es verdaderamente incompreensible. Los mejores telescopios que hasta aora se han podido construir, v. g. de 50, de 100 y aun de 200 pies, nos descubren ciertamente un campo inmenso sobre todo cuanto se habia imaginado. Y no obstante debemos suponer y confesar racional y religiosamente, que estos admirables instrumentos, como obras del ingenio y manos del hombre, no es posible que alcancen á revelarnos todas las obras del Altísimo. Cuando pensámos haber penetrado muy adentro, tal vez apenas hemos pasado de la superficie.

440. Nos responden lo segundo: que todos los innume

* Qui numerat multitudinem stellarum: et omnibus eis nomina

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rables cuerpos celestes, que llamámos estrellas, deben ser luminosos por sí mismos, pues en la distancia prodigiosa en que se hallan respecto de nuestro sol, no pueden recibir de él tanta luz, que puedan reflectarla á nosotros con tanta claridad y brillantéz. Lo tercero: que la grandeza de estos innumerables cuerpos brillantes, debe ser a lo menos tanta, cuanta es la del sol que nos alumbra: pues está demostrado por muchísimos astrónomos insignes despues de Huijens, que nuestro sol, puesto en la distancia en que está respecto de nosotros la estrella Sirus, se viera tan pequeño como ella: y puesto en la distancia de cualquiera otra estrella, se vería á proporcion como ella se ve: y puesto en la distancia de las que no se ven, no se vería.

441. Lo cuarto: que la distancia de una estrella á otra debe ser igual poco mas o menos, siguiendo la analogía de la que hay de nuestro sol á la estrella mas vecina, que parece Sirus. ¿Qué distancia es esta? Si se habla de una distancla geométrica y precisa, confiesan todos sincéramente, que esta es imposible determinarla: no alcanza á tanto la trigonometria, ni el cálculo, pues no habiendo paralaje, no puede haber principio cierto sobre que estribar. Mas si se habla por una congetura racional, fundada en bucnas razones de congruencia, y fortificadas por el cálculo mismo, se puede (dicen) asegurar, que la distancia de nuestro sol á la estrella Sirus, puede ser mayor; pero no menor, que la que halláron Huijens y Casani, y despues de estos dos sapientísimos astrónomos, otros muchos, que los han imitado: es á saber: no puede ser menor la distancia de nuestro sol á la estrella Sirus, que 27 millones de leguas otros suben hasta 60 millones: y los mas modernos hasta 200 millones de leguas.

442. Responden lo quinto: que estas estrellas luminosas por sí mismas, y tan distante la una de la otra, como lo está el sol de la mas cercana, no pueden estár ociosas : esto es, no pueden gozar ellas solas inútilmente de su luz y calor. Parece que deben comunicarlo sin escasez á otros cuerpos frios y opacos por sí mismos, así como lo

hace ciertísimamente nuestro sol. Este, alumbra y fomenta cuando menos á 16 globos opacos y frios en sí mismos, como son Mercurio, Venus, nuestra Tierra, Marte, Júpiter y Saturno, y fuera de estos seis globos primarios, alumbra tambien y fomenta evidentemente á nuestro satélite, que llamámos Luna, á los cuatro satélites de Júpiter, y á los cinco de Saturno, con su anillo que rodea y se cree compuesto de millones de otros satélites, y á muchos otros que no dejan de sospecharse, sin entrar en este número los cometas, el Herschel y otros.

443. Responden lo sesto si cada estrella luminosa por sí misma no puede considerarse ociosa, sino destinada à fomentar y alumbrar otros cuerpos opacos y frios que la circundan y giran en su contorno ó á su rededor: luego cada estrella es un sistema solar y planetario, así como lo es ciertamente nuestro sol: luego cada estrella tiene muchos cuerpos (mas ó menos), que la circundan, como á centro comun de movimiento, y que necesitan de su luz y calor.

444. Responden en fin, que esta luz y calor que cada estrella reparte libremente á otros cuerpos opacos y frios, que la circundan y rodean, no puede parar solamente en los cuerpos mismos inanimados: parece que debe alumbrar y calentar á criaturas vivas y animadas, ya solo sensitivas análogas á nuestras bestias, ya tambien y principalmente á criaturas racionales compuestas de cuerpo y espíritu, análogas al hombre habitador de este globo y señor de todas las otras especies, que á todas las domina, &c. Todo esto han discurrido estos sabios; cuyo discurso, lejos de oponerse á nuestra creencia divina, ni á la razon natural, antes la sublima, la estiende, la ensalza, y la hace formar un concepto magnífico del Criador de todo.

445. Yo estoy muy lejos de tomar partido en la idea de otras criaturas racionales y corporales, que hay 6 puede haber en otros orbes. Las razones especiosas que se alegan á su favor, son todas de mera conjetura y congruencia: por consiguiente, solo pueden probar, que la cosa no repugna, ni es imposible, ni se opone á alguna verdad;

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