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y perpendicular al lugar en que nos hallámos, ¿no es así? Pasémos aora del punto A al punto B. Habiendo llegado á este punto, os hago aquí la pregunta, y os veo levantar las manos y los ojos ácia otro zenit, mostrándome el lugar determinado de que hablámos: esto es, el punto altísimo B 90 grados distante del punto A. Sin hacer aquí reflexion alguna ni detenernos, pasémos adelante, y caminémos otros 90 grados hasta llegar al punto C. Llegados á este punto os vuelvo á preguntar lo mismo que en los antecedentes, y me respondeis lo mismo, mostrándome por lugar determinado de la gloria, vuestro zenit actual: este es, el altísimo punto C.

415. Mas advertid, amigo, que el punto en que nos hallámos es diametralmente opuesto al punto A de donde partimos tres minutos ha.

416. En el primer minuto me mostrasteis con ojos y manos el punto A en el segundo el punto B: en el tercero el punto C antipoda del punto A. Si caminamos otro minuto mas, me mostraréis el punto D antípoda del punto B por donde hemos pasado. No lo veis con vuestros ojos Podeis dejar de comprenderlo ?

417. Síguese de aquí evidentemente, que el lugar determinado de que hablamos, debe estár al mismo tiempo en los cuatro puntos cardinales ABCD: por consiguiente en todos los innumerables puntos intermedios, pues no hay mas razon para uno que para otro y si esto es así, deberá reducirse vuestro lugar determinado á toda la convexidad inmensa, ó á toda la superficie esterna de un cielo sólido, que abraza dentro de su concavidad todo el universo. Luego no hay tal lugar determinado, luego todo es una pura imaginacion, ó composicion de lugar, &c.

PARRAFO V.

418. Despues de todo esto que acabámos de considerar, veo, mi Cristófilo, que todavia no quedais satisfecho. Os hace todavia gran fuerza un testo del Apostol, y dos ó tres de los Profetas, los cuales decís (no se sabe con qué

razon) vieron en espíritu el paraiso celestial, ó el lugar determinado donde Dios se manifiesta á sus ángeles y santos, &c. A esta pequeña dificultad me reconozco obligado, y confieso que debo responder de un modo simple, claro y perceptible.

419. En primer lugar: el testo de S. Pablo hablando de sus visiones y revelaciones, es este: Conozco á un hombre en Cristo, que catorce años ha fué arrebatado: si fue en el cuerpo, no lo sé, ó si fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe, hasta el tercer cielo. Y conozco á este tal hombre... que fué arrebatado al paraiso*. De aquí concluis con mas que mediana ligereza, que el paraiso celestial, ó el lugar determinado, fisico y real donde Dios se manifiesta aora, y se manifestará eternamente á los ángeles y santos, &c. debe estar en el tercer cielo. Mas como os avergonzais ya de aquella multitud de cielos sólidos, unos sobre otros y todos trasparentes, que imaginaron los antiguos, aora veo que en lugar de ellos imaginais solo tres, los dos primeros fluidos ó líquidos, y el tercero sólido. El primero llamais aëreo: esto es, tedo la atmósfera que circunda por todas partes nuestro orbe terráqueo, y no hay ya duda de que esta atmósfera se llama frecuentemente cielo en la Escritura santa, así como se le da este nombre en todos los pueblos y naciones, cada uno conforme á su lengua. El segundo que llamais etereo cual es este? Es, decis, todo el espacio inmenso é indefinido donde habitan y nadan la luna, el sol, los planetas, los cometas, las estrellas sin número, &c. El tercero superior á todos, es el que llamais cielo empíreo, mas allá del cual no hay cosa alguna.

420. Mas todo esto, amigo mio, ¿qué otra cosa es sino suponer y afirmar sin prueba alguna lo mismo que disputá

* Scio hominem in Christo, ante annos quatuordecim, sive in corpore, nescio, sive extra corpus, nescio, Deus scit, raptum hujusmodi usque ad tertium cœlum. Et scio hujusmodi hominem... Quoniam raptus est in paradisum. 2 ad Cor. xii, 2, 3 et 4.

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+ Unusquisque secundùm linguam suam. Gen. x, 5.

mos? Nuestra presente controversia rueda únicamente sobre un punto de apoyo: á saber, si hay en la naturaleza un cielo sólido, altísimo, igneo, ó sea lucido, superior á todo lo criado material, en cuya superficie esterna, ó convexidad inmensa ó inmensurable haya un lugar determinado, 6 un paraiso donde se manifieste á los bienaventurados la gloria de Dios y Dios mismo. Y vos me respondeis distinguiendo tres cielos, aero, etereo, y empíreo: los dos primeros fluidos, y el tercero sólido. Mas todo esto sobre qué fundamento? ¿Sobre qué revelacion auténtica y clara? ¿Sobre qué buena fisica? No os he negado ya vuestro cielo platónico que llaman empireo? ¿Con qué buenas razones lo probais de nuevo? Solo con suponerlo, é imaginarlo, y despues afirmarlo.

421. Fuera de esto: hagámos aquí como de paso una brevísima reflexion. El primer cielo, decís, que el aëreo ó la atmósfera de nuestro globo: pues así se llama frecuentísimamente en la Escritura santa: como cuando se dice: nubes del cielo..., aves del cielo, &c. ¿Y pensais, amigo, que en todo el universo mundo no hay mas atmósfera que la nuestra? ¿ Consultad este punto con los que saben algo de astronomía fisica, y os darán una gran lista de otras innumerables atmósferas, ó de otros cielos aëros análogos al nuestro. Primera la atmósfera de la luna (si es que la tiene, como pretenden muchos modernos, y si la tiene será tenuísima, segun mi pobre juicio): segunda, la de Venus, tercer cielo de los antiguos: tercera, la de Mercurio cuarta la del Sol, que parece indubitable; ni se ha hallado hasta aora otra causa de las auroras boreales, ó de las austreales, que de todo hay en ambos hemisferios: quinta, la de Marte: sesta, de Júpíter: séptima, la de Saturno. A las cuales se pueden añadir dentro de nuestro sistema planetario otras nueve mas (si acaso no hay otras atmósferas): cuatro de las lunas, que llaman satélites de Júpiter, y cinco de Saturno: fuera de las grandes y prodigiosas atmósferas de los cometas (cuyo número nadie sabe) cuya prodi

Tened bien presente esta sentencia espresa y clara de estos dos máximos doctores, para no reprenderme ligeramente de novedad en las cosas que voy á proponer y considerar.

PARRAFO III.

EL LUGAR DETERMINADO DONDE IRAN LOS JUSTOS DESPUES DE LA RESURRECCION UNIVERSAL.

400. Concluido el juicio universal de la manera que se hará (lo cual no somos por aora capaces de concebir con ideas claras); dice Jesucristo, que los justos irán á la vida eterna*. Sobre estas palabras del Señor, ó sobre este dogma de fe divina, esencial y fundamental en el verdadero cristianismo, se pregunta: ¿á donde, á qué parte ó lugar determinado y material de todo el universo mundo irán los justos ya resucitados á gozar de la vida eterna? A esta pregunta veo, Cristófilo, que respondeis al punto lleno de satisfaccion y seguridad, que irán todos al cielo, abandonando absolutamente esta miserable tierra, ó este valle de lágrimas. Mas yo os digo, amigo, con toda la formalidad y verdad de que soy capaz, que no entiendo vuestra respuesta. La palabra cielo, en frase de la Escritura santa, y en frase tambien de todos los pueblos, tribus y lenguas, es muy general. Cielo, se llama cuanto rodea nuestro orbe y está fuera de él, no solamente nuestra atmósfera, sino el espacio inmenso que lo circunda. Así decímos con gran verdad, que la luna, el sol, los planetas y todas las estrellas están en el cielo y pudiéramos añadir con la misma propiedad y verdad, que nuestra tierra ó nuestro globo terráqueo está del mismo modo en el cielo : ¿ y si no está en el cielo, donde esta?

401. Para aclarar mas vuestra primera repuesta, y acomodarla mas á una pregunta no general sino particular, respondeis lo segundo: que todos los justos ya resucitados irán al paraiso celestial. Y yo os digo con la misma formalidad y verdad, que esta vuestra segunda respuesta no

* Justi autem in vitam æternam.

Mat. XXV,

46.

es otra cosa que responder por la cuestion. La cuestion rueda únicamente sobre el lugar determinado donde irán los justos ya resucitados: y vos respondeis, que irán al paraiso celeste. Si han de ir á la vida eterna, como dice Cristo, es consiguiente y aun necesario que vayan á un paraiso celeste: esto es, á una felicidad y gloria, que no es posible hallar en nuestra tierra en el estado presente; mas esta palabra paraiso, ó sea paraiso celeste, es tan general é indeterminada, como la palabra cielo. Paraiso, llama la Escritura aquel lugar donde fué trasladado el justo Enoc para que no viese la muerte*: asi como la misma Escritura llama cielo aquel lugar donde fué conducido en un carro de fuego el grande Elías (el que), ha de venir, y restablecerá todas las cosas. Paraiso, llamó Jesucristo poco antes de espirar en la cruz al infierno mismo cuando le dijo al ladron penitente; hoy serás conmigo en el paraiso y es cierto y de fe divina, que Jesucristo este mismo dia (y luego despues de él el santo ladron) descendió á los infiernos §, y no salió hasta el tercero dia. Conque parece necesario, que aquellas dos palabras generales, cielo y paraiso, se espliquen mas, de modo que satisfagan á la pregunta particular.

402. Para satisfacer á esta plenamente, y esplicar las dos palabras generalísimas cielo y paraiso, respondeis lo tercero: que todos los justos ya resucitados irán á gozar de la vida eterna al cielo empíreo. ¡O Cristófilo mio! Permitidme que os diga aquí, que con esta palabra cielo empíreo (palabra griega que significa igneo ó de fuego) pretendeis esplicarme una cosa oscura por otra mas oscura: lo que los escolásticos llaman ignotum per ignotius. Este cielo que llamámos empíreo ; donde está? ¿Lo ha visto alguno entre los filósofos antiguos ó modernos, ni aun siquiera entre los videntes ó Profetas de Dios?

Ne videret mortem. Ad Heb. xi, 5.

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Este

+ (Qui) quidem venturus est, et restituet omnia. - Mat. xvii, 11.

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Hodie mecum eris in Paradiso.- Luc. xxiii, 43.

§ Descendit ad inferos. - Ex Simb. Constantinopolit.

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